Sube el telón. Estamos en una estación de tren. En primer término vemos uno de esos relojes que además de la hora señalan la fecha. Son las 11 de la noche del 23 de diciembre. El andén está casi desierto. De pronto, de detrás de una columna surge una figura. Es un tipo extremadamente pequeño. Viste de negro de los pies a la cabeza: botas militares, pantalón, jersey de cuello vuelto y pasamontañas. A una señal suya, aparecen otros tres personajes, ataviados de la misma guisa. Pero a diferencia del primero, estos tres son extremadamente corpulentos.
Un tren acaba de llegar, y de uno de los compartimentos baja un sonriente joven, de unos veintitantos años. Lleva una bolsa de viaje a su espalda. Comienza a caminar por el andén. Nada más verle, el individuo bajito mira a los otros tres y asiente con la cabeza. Entonces, el trío de forzudos se abalanza sobre él. Uno de ellos le introduce un pañuelo en la boca, otro le coloca un saco en la cabeza y el tercero lo carga sobre sus hombros. Sin mediar palabra, desaparecen de nuevo tras la columna. El enano, tras asegurarse de que nadie les ha visto, hace lo propio. Baja el telón.
Segundo acto. La parábola
Sube el telón. Nos encontramos en el interior de una enorme nave abandonada. Uno de esos almacenes en desuso que suele haber cerca de las estaciones de tren. Está completamente vacío, lleno de polvo. Ventanas rotas y paredes grafiteadas. En el centro de la nave, hay una silla. Y atado a ella, revolviéndose inútilmente, vemos al secuestrado. Sigue llevando el saco en la cabeza y trata de gritar, pero el pañuelo que lleva dentro de la boca, ahoga sus alaridos. El sujeto bajito está entregando a cada uno de sus secuaces un bate de béisbol. Pero entonces, uno de los grandullones se quita el pasmontañas y descubrimos su identidad. Es el Gigante verde. Se dirige al pequeñajo.
GIGANTE VERDE:
Un momento, un momento, tío. Mira, sabes que soy tu amigo, incluso más que eso, y haría lo que fuera por ti, pero antes de darle una paliza a este señor, me gustaría saber por que lo hago.
Al escuchar esto, el segundo forzudo se quita también el pasamontañas. Es Mister Proper.
MR. PROPER:
(Al Gigante Verde, con retintín) Incluso más que eso… ¿Es necesario que cada dos por tres nos recuerdes a todos que te follaste a mi novio?
GIGANTE VERDE:
Joder Proper, no te pongas así, sólo trataba de decir hasta que punto me siento unido a él.
El tercer hombretón también se descubre. Es el primo de Zumosol. Se dirige al minúsculo líder.
PRIMO DE ZUMOSOL:
Yo estoy con el Gigante. Deberías explicarnos quién es este.
Entonces, el enano se arranca el pasamontañas y lo arroja rabiosamente al suelo. Es Mimosín.
MIMOSÍN:
(cabreado) ¡Manda huevos que los tres tíos más cachas que conozco sean también los más maricones!
MR. PROPER:
Hombre Osito, es que…
MIMOSÍN:
Vale, vale, os lo contaré. A ver, ¿conocéis la Parábola del Hijo pródigo?
PRIMO DE ZUMOSOL:
¿La de la Biblia?
MIMOSÍN:
Esa misma. Os la recordaré por si acaso. Un padre tiene dos hijos y un día, el pequeño, que tiene un morro considerable, va y le dice: papá, adelántame la mitad de la herencia que me corresponde, que me voy a vivir la vida. Tras pulirse toda la pasta en putas y farlopa, el tío vuelve a casa con el rabo entre las piernas. Y el padre, que, todo hay que decirlo, es un gilipollas, va y le monta un fiestón de bienvenida. La parábola se acaba ahí, pero como os podéis imaginar, en cuanto acaba la fiesta, el muy hijo de puta le levanta a su viejo el resto del dinero y vuelve a desaparecer. Nunca he entendido esta gilipollez de parábola. Lo que tenía que haber hecho el padre era darle una buena mano de hostias a su hijo. Pero no, le organizó una fiesta. Toda mi vida me han repateado estos tíos, porque siempre se salen con la suya… Hasta hoy. Porque este infeliz que tenéis delante y que, a juzgar por el aroma que desprende, se acaba de cagar encima, no es otro que el puto hijo pródigo de la publicidad. Mientras nosotros curramos como cerdos cada jodido día de nuestras vidas, este capullo se limita a volver a casa una vez al año, por Navidad. Se pone ciego de langostinos, le saca los ahorros a sus abuelos, y antes de que su madre quite el Belén ya se ha vuelto a pirar.
PRIMO DE ZUMOSOL:
¡Es el del Almendro!
MR. PROPER:
Pues a mi siempre me ha molado la canción… (canturrea) Vuelve, a casa, vuelve…
PRIMO DE ZUMOSOL:
(Mirando a los lados) Oye, ¿dónde está el Gigante verde?
GIGANTE VERDE:
(Volviendo de entre las sombras) Aquí estoy. He ido a buscar una tabla con clavos oxidados, que el bate de béisbol me sabe a poco.
MIMOSÍN:
(Blandiendo su bate) Muy bien, amigos. Al turrón.
Baja el telón. De fondo, suena el jingle de El Almendro.
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